Más allá del pensamiento positivo…

Si quieres puedes.

La vida es maravillosa. Vidas perfectas, vacaciones de ensueño, relaciones envidiables, experiencias inolvidables, cuerpos sanos y perfectos, ninguna nube en el horizonte, así se vive… o por lo menos según el filtro de la redes sociales. Desde ellas parece que encarar la realidad no es más que disfrutar de lo bueno de la vida y olvidarse de lo malo para que no exista. Hoy en día, no sólo puedes, sino que deberías ser feliz porque sí. La felicidad sólo dependería de la capacidad de ponerse unas gafas de positividad.

Consecuencia: si estás mal es porque quieres.

Esa es la otra cara del pensamiento positivo. Detrás del pensamiento positivo imperante, el mensaje implícito que se transmite es que si estamos amargados es porque queremos, porque sólo con fijarnos en lo bueno y lo positivo de la vida podríamos generar nuestra propia felicidad.

Sin embargo, es imposible estar siempre alegre, porque no controlamos nuestros estados emocionales que son respuestas biológicas por definición no totalmente controlables.

Además, el bienestar es también una cuestión de contraste, si hay momentos en los que nos sentimos mejor es porque también los hay en los que nos encontramos peor. No se puede estar siempre a tope y en lo alto de la cresta.

La verdadera mirada positiva.

Necesitamos es ser honestos con quienes somos y lo que requerimos. Para ello importa ser consciente de lo bueno de la vida, tratarnos bien y ser realistas.

Pero, no hay necesidad de ser optimista y felices porque sí, ni podemos elegir con que parte de la realidad nos quedamos. Muchas veces la vida es dura e injusta y no podemos hacer como si no pasara nada.

¿El pensamiento positivo: una solución a todos nuestros problemas?

Precisamente porque las personas y la vida misma son complejas y tienen muchas facetas, no admiten soluciones mágicas o sencillas.

Es más bien todo lo contrario, tenemos el derecho a estar mal cuando pasamos por situaciones difíciles. Tenemos la necesidad de ver que les importamos a los demás , que recibimos su apoyo, y que entienden que podamos llegar a sentirnos mal cuando nos pasan cosas malas. El pensamiento positivo a toda costa olvida en particular las historias de superación y la evolución personal. Querer sólo lo bueno también es dejar de lado la capacidad de encarar lo malo sin romperse, y la importancia de responsabilizarnos de lo que nos ocurre y no funciona para poder cambiarlo (responsabilizarnos es querer saber y de atrevernos a obrar en consecuencia), y la necesidad de recibir ayuda externa en ocasiones.

Una solución que participa del problema o un dolor que indica una salida.

El dolor que experimentamos nos dice algo. Es parte de la vida. Indica algún tipo de peligro o amenaza que afrontar y manejar. Hacerlo desaparecer a toda costa está muy cerca de ser un intento de solución que forma parte o mantiene un problema.

Por lo tanto la solución nunca debería ser evitar, reprimir, huir de nuestros sentimientos a través de actividades y en fin de cuentas de autoengaños. Ver sólo lo bueno, no ayuda a atravesar ni superar procesos de duelo, pérdidas y dificultades. Es más bien un ejemplo de que “el camino al infierno está lleno de buenas intenciones”.

Positivismo en exceso

¿Una cuestión de tiempo?

Tampoco podemos considerar que el tiempo lo cura todo, ya que no es el tiempo por sí solo, sino el tiempo que nos lleva reelaborar los acontecimientos, el tiempo que nos lleva llorar cuando estamos tristes, el tiempo que nos lleva recordar las pérdidas para darles un nuevo lugar en nuestras vidas.

Cuando nos encontramos mal por cosas duras que nos pasan, es lo más normal (lo preocupante sería justo lo contrario). Algo que requiere un proceso, lleva su tiempo.

Saber qué nos pasa.

El pensamiento positivo imperante lleva a tapar y evitar el malestar en vez de encararlo para tomar decisiones acertadas al respecto. Siempre necesitamos focalizarnos lo suficiente en el problema para tener una visión real del mismo. Y el terapeuta necesita entender la patología tal y como la desarrolla su paciente, para poder determinar cuando nuestra mente nos juega malas pasadas y saca las cosas de quicio.

No necesitamos trucos y recetas para estar bien a toda costa.

Lo que necesitamos es entender porque estamos mal. El dolor emocional comunica una información útil acerca de lo que estamos viviendo y de qué es lo que nos afecta. Es como una señal de alarma que nos indica que algo no está bien. Nos invita a focalizar la atención en ello, a analizarlo para comprender y reaccionar de forma adecuada.

Recuperar algo de control.

Saber lo que nos pasa permite salir de la incertidumbre al respecto y recobrar una sensación de control sobre nuestra vida. Lo que peor gestiona nuestro cerebro es la incertidumbre. Conforme se va reduciendo la incertidumbre más recobramos una capacidad de respuesta adecuada y dejamos de dar palos de ciego, ya se empieza a poder hacer algo concreto y con sentido.

Además, cuando se reduce la incertidumbre acerca de nuestro dolor, nos ayuda a comprender qué es lo que es importante para nosotros en la vida. Si nos vemos afectados, es que algo importante de nuestra vida está en juego.

En resumidas cuentas.

Vivimos una época que le tiene pánico al malestar, y busca refugio en un bienestar demasiado inmediato.

Sin embargo, saber vivir incluye ser capaces de afrontar el dolor que inevitablemente forma parte de la vida y mirarlo de frente. Tenemos derecho a encontrarnos mal, a recibir apoyo, a analizar y comprender lo que nos ocurre. Es un paso necesario para encontrarnos mejor de manera duradera y plena gracias a esfuerzos conscientes y adecuados.

 

Bertrand René Gerard

Psicólogo general sanitario

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