BIO-PSICO-SOCIAL

Como psicólogo general sanitario, es decir, como personal dedicado a la salud en el ámbito de la psicología privada, creo que ha llegado el momento de hablar claramente de salud.
 
La salud, según nos enseñan y dice la OMS, es un estado completo de bienestar biológico, psicológico y social, y va más allá de la simple ausencia de enfermedad.
Sin embargo, me encuentro a menudo con personas que me explican que su médico de cabecera les ha recetado un ansiolítico, un relajante muscular, un antidepresivo… para poder luchar eficazmente contra un síntoma, es decir, para eliminar los signos de la enfermedad.
Y yo mismo me pregunto a veces, si con las técnicas, métodos o trucos que les enseño, recomiendo, o pongo como deberes a mis pacientes, si también me estoy dedicando a esa antigua y supuestamente ya anticuada definición de salud como ausencia de enfermedad. Me sereno considerando que a mis pacientes les doto de recursos y habilidades para aprender a ser más actores y menos víctimas frente a las exigencias de su vida, a ser más y más resilientes frente a lo que surge.
Lo que tuve menos claro, hasta hace poco, es si yo realmente estaba trabajando para la salud como estado de completo bienestar biológico, psicológico y social, o sí solamente me limitaba a la salud psicológica. La verdad es que, en consulta, es habitual tocar los temas del sueño, del dolor, del cansancio, de la alimentación, la actividad física que por supuesto atañen particularmente a lo biológico y que abordo desde la psicología para modificar formas de hacer las cosas que han conllevado el surgimiento, el mantenimiento, o el empeoramiento de situaciones problemáticas con repercusiones a nivel mental.
También es habitual tocar aspectos de la vida social de los pacientes, sus red de apoyos, sus personas de referencia, su vida familiar, laboral y social.

Pero, cuando descubres que son varios los autores que describen que el 100% de sus pacientes con autismo presentan serios problemas de tránsito intestinal y que a ti te pasa lo mismo en consulta… mientras que por otra parte no faltan las publicaciones que describen al intestino como un segundo cerebro con su propia red de neuronas y células gliales… entonces sí que se te cruzan los cables. Porque desgraciadamente, parecen irrelevantes los problemas intestinales de los niños autistas y se consideran una consecuencia de su peculiar condición mental y del estrés que les genera hasta el punto de afectar negativamente su tránsito. Y sino, se achaca a su dieta demasiado pobre, consecuencia de una mente rígida y carente de la flexibilidad de la que gozan los demás. El resultado de esa manera unidireccional de considerar la coincidencia entre problemas gastrointestinales y mentales en el autismo, y no como mínimo como algo bidireccional, es que a un niño autista con estreñimiento crónico se le van recetando y subiendo las dosis de laxantes hasta que dejan de hacerle efecto y se pasa al siguiente. En ello, se trata exclusivamente, es decir de manera temporal ese síntoma biológico como si lo que lo ocasiona fuera algo que pudiera remitir en cualquier momento gracias a logopedia, terapia ocupacional y psicología que es lo que habitualmente se recomienda para mejorar la salud de los niños con autismo.

No creo que podamos pretender aplicar una definición de la salud que se quiere de alguna manera holística y sin embargo considerar a la propia persona por partes y no como un todo, una unidad donde todo afecta a todo. Es como una contradicción en los términos.

Ahora bien, ¿y si hubiera una médica decidida a interesarse a fondo en la salud intestinal de su hijo autista, y descubre que su flora intestinal está muy desequilibrada, que sus intestinos presentan inflamación crónica, y decide no limitarse a paliar síntomas sino a restablecer la salud de ese intestino dañado a través de una dieta específica y progresiva que, en un primer momento, facilita el trabajo del sistema digestivo y descarta todo lo que alimente una flora intestinal tóxica (como lo hacen los carbohidratos complejo) para que se pueda restablecer, que en un segundo momento estabiliza durante al menos seis meses el tránsito, antes de volver a una alimentación donde algunos de los alimentos prohibidos del principio pueden volver a formar parte de una dieta variada y equilibrada como la que haría cualquier persona «normal»? ¿Y qué pasaría si ese niño, a medida que mejora su salud intestinal viese su salud mental recuperarse? No sería que esa dieta cure el autismo, pero sí que parece dar lugar a la desaparición de sus condiciones de posibilidad y a la pérdida del diagnóstico inicial.

¿Entonces qué hacemos? ¿Le recomendamos a los padres de niños autistas que se interesen por su cuenta a esa dieta que tiene el doble efecto de mejorar la salud intestinal y mental, o seguimos trabajando exclusivamente rutinas, atención, comunicación, control de impulsos, porque los intestinos no van con nosotros? ¿Somos personal sanitario o sólo somos psicólogo? ¿Queremos una salud completa o no?

Creo que como resultado de nuestra obligación de aportar una información veraz que favorezca su salud y de no prolongar inútilmente tratamientos, tenemos la obligación moral de informar a nuestros pacientes acerca de lo positivo que puede resultarles que les supervise un médico, un dietista, o cualquier profesional competente para mejorar realmente y no sólo asintomaticamente su salud intestinal. Luego, ya veremos qué pasa con el diagnóstico de autismo, o no, pero habremos contribuido a mejorar una salud intestinal, y quizás mucho más.

Bertrand René Gerard, psicólogo general sanitario

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